Estoy bajo los efectos de un poderoso alucinógeno que me han obligado a consumir. Una patota, otra patota mas que lo único que quiere es molestarme, obligarme a hacer sus fechorías, a cometer ilícitos de diversa índole, todas cosas prohibidas que me han obligado a llevar a cabo y de las cuales me arrepiento de día y de noche. Siempre cumplí con mi parte y mis beneficios de cumplidor se diluyeron como lo hizo mi dignidad en su momento, algo que ya no espero recuperar. Díganme si me equivoco al pensar que algo debo cambiar. Díganme si me equivoco al querer pensar en escaparme cuando nadie se de cuenta, aunque eso es imposible, me encontrarían donde fuera que me vaya, donde me escondiera ahí estarían otra vez, buscando que los satisfaga con sus tiranos deseos de diversión.
Estoy buscando contactarme con gente que haya sufrido situaciones similares a la mía, o aunque mas no sea alguien que pueda darme un consejo o simplemente escucharme y ayudarme a pensar que puedo hacer, a quienes podré confiar mis secretos de escape de este hostigamiento constante y perenne. Procuro no mirar fijo a nadie, ni contradecir los dichos ajenos, ni siquiera poner en duda las atrocidades que escucho a diario; trato de no llamar la atención, de no hablar mucho ni muy alto, ni en otros idiomas ni de otras personas. Me escondo tras modas que no concuerdan con mi estilo de vida, ni con mis elecciones regulares, pero lo hago.
Me concentro tratando de buscar lo mas apropiado, me toco la frente, luego el cuello y me rasco la barba, las orejas, la cabeza, el codo y los pies...
Me preguntan por carta como se vive por acá. Como si fuese tan distinto cuando uno se aleja. No puedo responder preguntas que no saben que quieren, ni a quienes van dirigidas. Cada uno tiene su pregunta, encajando al unísono con su respuesta.
Mi vida se va pasando lentamente y al compás de la mas cruel muerte, la muerte lenta, la constante sordera de otro mundo que me estoy perdiendo por estar acá atrapado en este elixir químico al cual me obligaron a hermanar.